A su Ritmo

 

La exploración inició un día lluvioso, el deseo se apoderó de ella, eran esas ganas enloquecedoras, comparables con la sensación que invade tener un antojo, pasaba saliva mientras imaginaba lo que podía sentir y lo que esperaba vivir.

No tenía a su lado a nadie, pero sí estaba en su pensamiento con quien lo quería. Así, observó su rostro y encontró en sus ojos el deseo real, fue la forma en que visualizó, cómo la miraba, y en ese justo momento, olvidó el espejismo que él representaba.

En su mente, encontró más sugestivo ponerse frente a la cámara; estar con él, seducirlo en la distancia, desnudar su cuerpo y acariciar esas partes que para ella eran estimulantes, las mismas que anhelaba que fueran tocadas.

Aquel día, cada caricia producida, una sensación inevitable, una emoción de alegría momentánea, se percibía divina, perfecta a los ojos de sí misma o de cualquiera.

Entonces, ideo en su cabeza la sensación del voyerista; un hombre en la distancia, perplejo al detallar centímetro a centímetro sus formas, su rostro, su ser. Ella era consciente de que no era perfecta, pero sí especial.

La estimulación y el movimiento hizo que su temperatura aumentara, su cuerpo se movía bruscamente, buscaba proyectar la locura de su amante imaginario, en su pose favorita, completamente poseída, sometida frente a ese individuo que había idealizado.

La libido aumentó y el primer orgasmo literalmente estalló, no cesó la estimulación, llegó uno, otro, y luego otro. Mientras con una de sus manos sentía la humedad de su cuerpo, con otra sentía sus labios y mordía sus dedos, el gemido ahogado estaba presente, cada vez más profundo, cada vez más ahogado.

El latido de su corazón aumentó y su cuerpo perdió el control; de forma involuntaria, todo su cuerpo de manera espontánea se movió.

Vio la cámara, sonrió y la apagó, se vistió y, después de mucho tiempo, fue más sencillo conciliar el sueño.

En su mente sabe cuánto sueña y anhela estar con él, pero mientras eso sucede, ella sabe muy bien lo que debe hacer.

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